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La biodiversidad del Estado de Hidalgo

Coníferas y cactáceas

La biodiversidad del Estado de Hidalgo
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No cabe duda que los viajes ilustran, y cuando uno va con la mente abierta y dispuesto a preguntar y escuchar lo que los pobladores tienen que decir, se aprende todavía más. Hidalgo es una entidad que no obstante, ser uno de los pequeños en extensión, de la República Mexicana, cuenta con una biodiversidad espectacular.

Aquel día nos enfilamos hacia allá. Por diversas razones, es un lugar que nos llama y al que volvemos frecuentemente. Mineral del Chico, fue nuestra primera parada. A pesar de encontrarse a tan sólo 18 kilómetros de la ciudad de Pachuca, pareciera que la distancia fuera mayor ya que el camino es de curvas, que obligan a ir a una velocidad más que moderada. Sin embargo, el paisaje durante casi todo el trayecto, es de un exuberante bosque.

Mineral del Chico, fue el primer bosque en México, que por decreto en 1898, el General Porfirio Díaz, lo declaró bajo protección de la tala y la deforestación, con el nombre de "Bosque Vedado del Mineral del Chico", y a la fecha, es uno de los bosques mejor cuidados del país.

Es muy visitado, sobre todo los fines de semana, por personas que gustan de practicar deportes como escalada, senderismo, bicicleta de montaña, rapel y campismo, tan seguro parece que es, que conocimos a una persona de Yucatán, que se encontraba desde días atrás, acampando sólo, en un paraje cercano al pueblo.

En esta reserva ecológica, se encuentra enclavado el pueblo de Mineral del Chico, pueblo pequeño rodeado de cerros pintados de verde, algunos de ellos, con formaciones rocosas de figuras caprichosas, como "Las Monjas" y "La Peña del Cuervo", que dan motivo a que guías del lugar, como Sergio Gómez, suban y bajen diariamente, llevando turistas dispuestos a internarse en el bosque y, entre caminos serpenteantes, llegar a la cima y disfrutar de una maravillosa vista del pueblo y sus alrededores.

Como otros pueblos de la región, Mineral del Chico, tuvo su bonanza entre los siglos XVIII y XIX, gracias a la explotación de sus minas. Ahora es un lugar turístico que invita a los visitantes a caminar por sus calles empedradas, flanqueadas por casas antiguas, cuyas fachadas son motivo para detenerse a contemplarlas. Además del pueblo, que ofrece cafés, bares, restaurantes y tiendas de artesanías de buena manufactura, el lugar ofrece hospedaje para todo tipo de gustos y bolsillos: posadas, hoteles y cabañas, éstas últimas, desde $300.00 por dos personas o de $800.00 para seis personas. Hay para escoger.

Luego de día y medio de estar en medio del bosque, decidimos ir al otro punto trazado para nuestro viaje: el municipio también hidalguense de Metztitlán, a una hora, aproximadamente, de Mineral del Chico.

Llegamos al entronque de la carretera que viene de Pachuca hacia Tampico, pasamos por Mineral del Monte, Omitlán, Atotonilco el Grande y más adelante, pasando el puente del río venados, se encuentra la desviación hacia Metztitlán, enclavado en la Reserva de la Biósfera. Kilómetros antes de dicha desviación, el camino ya nos deja ver lo que nos espera llegando a nuestro destino. Es un paisaje semidesértico, con montañas tapizadas de maravillosas cactáceas de diferentes tipos y tamaños.

También para allá, el camino es de curvas que suben y bajan, pero que en todo momento nos permiten apreciar un paisaje de montañas, una tras de otra, que parecieran dinosaurios en reposo.

Al llegar a Metztitlán, nos encontramos con una tierra tan próspera y bondadosa que los campos se ven cubiertos de sembradíos de maíz, frijol, chile, calabaza, jitomate, entre muchas otras hortalizas de excelente calidad, por lo que nos dijo nuestro amigo, Juan Antonio Mora, comerciante, restaurantero y organizador de grupos que quieran conocer el municipio, Metztitlán.

Son muchos los atractivos que el lugar ofrece a los visitantes, sin embargo, tres llamaron nuestra atención: la laguna, el convento agustino del siglo XVI y el santuario de cactáceas. Este último sólo lo vimos por encimita, pero, por lo que nos comentaron, se pueden apreciar ejemplares como los viejitos (cactácea endémica del lugar) y biznagas, entre otras especies, de más de dos metros de altura. Ya será para otro viaje.

Lo que sí, la experiencia de visitar la laguna, fue excepcional. Para llegar hay que dirigirse hacia San Cristóbal, por un camino perfectamente pavimentado. Ya llegando ahí, hay que preguntar e internarse en un camino entre empedrado y de terracería, que comunica a las comunidades cercanas a la laguna. Algunos kilómetros adelante (no sé cuántos porque el avance lento, me hizo perder la noción de la distancia), hay que internarse por entre las milpas (también por caminos trazados de terracería), para luego, al salir de ellas, llegar a una gran planicie que se extiende por un par de kilómetros, hasta llegar a la orilla de la laguna. La sensación que experimentamos cuando bajamos del auto y vimos la inmensidad del paisaje, grandes montañas, rodeando el cuerpo de agua, que de acuerdo a los lugareños, dentro de poco será mucho más grande, cuando lleguen las lluvias.

Ya de regreso a Metztitlán, como a eso de las ocho de la noche (invertimos tres horas en ese recorrido), decidimos sentarnos en el parque principal, a observar a la gente, jóvenes sobre todo, que comenzaban a poblar la plaza, por cierto, vacía cuando llegamos al pueblo. Ahí pasamos como dos horas tranquilamente viendo un partido de futbol rápido.

Al día siguiente, luego de recorrer y comprar algunas frutas y legumbres en el reconocido tianguis que cada domingo se instala en Metztitlán, procedimos a visitar el Convento Agustino de los Santos Reyes del siglo XVI, construido en la parte de alta del pueblo. Desde allí, se domina el pueblo y toda la serranía que lo rodea, de un color café, que contrasta con el azul profundo del cielo.

La edificación por sí misma, es imponente. Vista desde afuera, parece una fortificación medieval, aunque su fachada es de estilo plateresco, con un campanario horizontal y no vertical, como los conocemos. Su amplio atrio de 9 mil 225 metros cuadrados, hace lucir, aún más majestuoso el templo.

En el interior se conservan algunos retablos de madera tallada y dorada, con imágenes esculpidas y pintadas por artistas de la época. En el altar principal, por ejemplo, se aprecia el relieve de “La Adoración de los Reyes Magos” y debajo del coro, el altar de la Virgen de Guadalupe. Toda una experiencia recorrer con la mirada cada rincón del templo, en su interior y exterior, apreciándose en sus paredes, pintura mural en buen estado, con diversos motivos: "El Arbol de la Vida", "La Inmaculada Concepción” y “El Antiguo Testamento".

Ya de camino a la Ciudad de México, veníamos con la satisfacción de haber cumplido con nuestras expectativas y con la ilusión de regresar para recorrer los muchos lugares que nos faltaron conocer.
2014-02-19
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